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Estamos con el Papa. ¿Y en la Liturgia?

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Como parte del proceso de la Nueva Evangelización, mucho se habla hoy de una necesidad de adhesión total al magisterio y de una total unión y fidelidad al Sumo Pontifice. Estamos sin duda alguna en la época de "catequesis de Mateo 16,18 para todos". 
Pero en lo que respecta a numerosos asuntos doctrinales y de forma, es lícito como católico preguntarse, ¿cuándo fue la última vez que los que tan inequívoca adhesión promulgan supieron algo del Papa y de lo que en su potestad decreta o aconseja para la Iglesia Universal? 
Porque no nos es desconocido que en tiempos de arrieros y comunicaciones terrestres, aun cuando todo decreto pontificio llegaba mucho tiempo, incluso años después de su emisión, la Iglesia no vacilaba en responder a sus directrices con prontitud. 

Ahora a pesar de estar en los tiempos de telecomunicaciones de alta velocidad se puede percibir consistentemente una desconexión absoluta y masiva del magisterio, habiendo un reconocimiento del Papa meramente de palabra y en adhesión a sus pronunciamientos de índole social y motivacional. Pero, en asuntos de la práctica religiosa, de los avances, problemas y de los nuevos retos para la Iglesia, muchos desconocen, o en un caso más grave, otros deciden desconocer sus consejos, advertencias, regulaciones, renovaciones y demás. Estos últimos, en un ánimo quizas de un continuismo inmune a incomodidades, a retomar el estudio con finalidades catequéticas, a la controversia y a la exigencia.

Este post se propone informar acerca de dos "perlas" de la renovación litúrgica propuestas y recordadas por el Papa Benedicto XVI, pero que aun son ignoradas u omitidas a doquier.
Modernismo autodidacta, desconocimiento u omisión deliberada? Es responsailidad de cada cual autoevaluarse: 

"Por muchos"(Pro Multis) Vaticano, 2006 Decreta  la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que las palabras de la Consagración del vino en la Sangre de Cristo deberían serán modificadas universalmente, para adecuarse correctamente a la versión original en latín.
Tal decreto aprobado por el Papa Benedicto XVI el 17 de octubre de 2006, indica un cumplimiento en el plazo de 2 años (absoluta vigencia en 2008), y dice acerca de las palabras sobre la Sangre de Jesús “será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”; que se retomarán las palabras “será derramada por vosotros y por muchos”; para así reflejar mejor el original en latín “Pro multis”.
Expertos de la Congregación explicaron que el cambio de palabra no es irrelevante desde el punto de vista teológico ya que el original en latín, traducido inadecuadamente a las diversas lenguas después del Concilio Vaticano II, evidencia que, aunque la Redención es accesible para todos los hombres, no son todos los que la acogen adecuadamente y la hacen realidad en sus vidas.

Un crucifijo en el altar: 2012 En un anuncio previo a la Semana Santa, observamos que la Cruz sobre el altar hace parte de la renovación litúrgica propuesta de Benedicto XVI. La visibilidad de la cruz del altar está presupuesta por el Ordenamiento General del Misal Romano: “Igualmente, sobre el altar, o cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado” (n. 308). No se precisa, sin embargo, si la cruz debe estar necesariamente en el centro. Aquí intervienen por tanto motivaciones de orden teológico y pastoral, que en el estrecho espacio a nuestra disposición no podemos exponer. Nos limitamos a concluir citando de nuevo a Ratzinger: “En la oración no es necesario, es más, no es ni siquiera conveniente mirarse mutuamente; mucho menos al recibir la comunión. [...] En una aplicación exagerada y malentendida de la 'celebración de cara al pueblo', de hecho, se han quitado como norma general – incluso en la basílica de San Pedro en Roma – las Cruces del centro de los altares, para no obstaculizar la vista entre el celebrante y el pueblo. Pero la Cruz sobre el altar no es impedimento a la visión, sino más bien un punto de referencia común. Es una'iconostasis' que permanece abierta, que no impide el recíproco ponerse en comunión, sino que hace de mediadora y que sin embargo significa para todos esa imagen que concentra y unifica nuestras miradas. Osaría incluso proponer la tesis de que la Cruz sobre el altar no es obstáculo, sino condición preliminar para la celebración versus populum. Con ello volvería a estar nuevamente clara también la distinción entre la liturgia de la Palabra y la plegaria eucarística. Mientras en la primera se trata de anuncio y por tanto de una inmediata relación recíproca, en la segunda se trata de adoración comunitaria en la que todos nosotros seguimos estando bajo la invitación: ¡Conversi ad Dominum – dirijámonos al Señor; convirtámonos al Señor!” (Teología de la Liturgia, p. 536).


En estos tiempos de crisis y de nueva evangelización, ¿estamos verdaderamente propuestos en nuestras parroquias a estar en la tan afamada "comunión plena" con el Santo Padre en obediencia a él en lo que respecta a la liturgia?
Compartirás este documento con tu párroco por el bien de la unidad de la Iglesia?

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Otras anotaciones del Santo Padre acerca de la Liturgia:


Gestos y Símbolos de la Celebración Eucarística

Documentos del Concilio Vaticano II sobre Liturgia
Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia
Dies Domini - sobre la santificación del domingoJuan Pablo II
Artículos de la Enciclopedia Católica
Eucaristía
Eucaristía, presencial real de Cristo
 Primeros símbolos de la Eucaristía

 
::Los Colores::La Ceniza
::El Fuego::El Cirio Pascual
::El Incienso::La Colecta
::Imposición de Manos::La Comunión
::Saludo de la Paz::Comer el Pan
::Besar los Evangelios::Partir el Pan
::La Señal de la Cruz::Los Golpes de Pecho
::El Agua::Arrodillarse
::Las Campanas::Ponerse de Pie
::El Canto::Lavarse las manos (sacerdote)
::Gotas de Agua en el Vino


LOS COLORES

¿Por qué y para qué los diversos colores en la celebración litúrgica?

El color como uno de los elementos visuales más sencillo y eficaces, quiere ayudarnos a celebrar mejor nuestra fe. Su lenguaje simbólico nos ayuda a penetrar mejor en los misterios celebrados:
 "La diversidad de colores en las vestiduras sagradas tiene como fin expresar con más eficacia, aún exteriormente tanto las características de los misterios de la fe que se celebran como el sentido progresivo de la vida cristiana a lo largo del año litúrgico." (Misal romano - IGMR 307)

Los colores actuales de nuestra celebración:
Actualmente el Misal (IGMR) ofrece este abanico de colores en su distribución del Año Litúrgico: 

a) Blanco:
Es el color privilegiado de la fiesta cristiana y el color más adecuado para celebrar:
-La Navidad y la Epifanía
-La Pascua en toda su cincuentena
-Las Fiestas de Cristo y de la Virgen, a no ser que por su cercanía al misterio de la Cruz se indique el uso del rojo. -Fiestas de ángeles y santos que no sean mártires.
-Ritual de la Unción
-Unción y el Viático 

b) Rojo:
Es el color elegido para:
-La celebración del Domingo de Pasión (Ramos) y el Viernes Santo, porque remite simbólicamente a la muerte martirial de Cristo.
-En la Fiesta de Pentecostés, porque el Espíritu es fuego y vida.
-Otras celebraciones de la Pasión de Cristo, como la fiesta de la Exaltación de la Cruz.
-Las fiestas de los Apóstoles, Evangelistas y Mártires, por su cercanía ejemplar y testimonial a la Pascua de Cristo.
-La Confirmación (Ritual Nº 20) se puede celebrar con vestiduras rojas o blancas apuntando al misterio del espíritu o a la fiesta de una iniciación cristiana a la Nueva Vida.

c) Verde:
El verde como color de paz, serenidad, esperanza se utiliza para celebrar el Tiempo Ordinario del Año Litúrgico. El Tiempo ordinario son esas 34 semanas en las que no se celebra un misterio concreto de Cristo, sino el conjunto de la Historia de la salvación y sobre todo el misterio semanal del Domingo como Día del Señor.  

d) Morado:
Este color que remite a la discreción, penitencia y a veces, dolor, es con el que se distingue la celebración del
-Adviento y la Cuaresma
-las celebraciones penitenciales y las exequias cristianas.

e) Negro:
Que había sido durante los siglos de la Edad Media el color del Adviento y la Cuaresma, ha quedado ahora mucho más discretamente relegado: queda sólo como facultativo en las exequias y demás celebraciones de difuntos.

f) Rosa:
El color rosa, que no había cuajado en la historia para la liturgia, queda también como posible para dos domingos que marcan el centro del Adviento y la Cuaresma: el domingo "Gaudete" (3º de Adviento)  y el domingo "Laetare" (4º de Cuaresma).

g) Azul:
Con sus resonancias de cielo y lejanía es desde el siglo pasado un color privilegiado para celebrar en España la solemnidad de la Inmaculada, aunque en el misal romano no aparezca.

EL FUEGO

En nuestras celebraciones:



- Aparece en forma de lámparas y cirios encendidos durante la celebración o delante del sagrario.
Aparte del simbolismo de la luz entra aquí también esa misteriosa realidad que se llama fuego: la llama que se va consumiendo lentamente mientras alumbra, embellece, calienta, dando sentido familiar a la celebración.

- Vigilia de Pascua: Es la celebración que queda enriquecida de modo más explícito con el simbolismo del fuego. La hoguera que arde fuera de la Iglesia y de la que se va a encender el Cirio Pascual remite intensamente al triunfo de la luz sobre la tiniebla, del calor sobre el frío, de la vida sobre la muerte. De allí partirá la procesión con su festivo grito: "Luz de Cristo", y la luz se irá comunicando progresivamente a cada uno de los participantes.
El simbolismo de la luz está realmente muy aprovechado en el lenguaje festivo de la Noche Pascual. Pero en su raíz está el fuego que tiene sus direcciones propias y riquísimas.

Su simbolismo natural

El lenguaje del fuego tiene en nuestra sensibilidad humana y social, una interesante serie de sentidos.
El fuego calienta, consume, quema, ilumina, purifica, es fuente de energía. Es origen de innumerables beneficios para la humanidad, pero también destruye, castiga, asusta y mata. Es un elemento bienhechor pero a la vez  peligroso. 

Un rayo o un incendio pueden generar calamidades enormes. Sin el fuego no podemos vivir, pero puede causarnos también la muerte. No es nada extraño que en torno a este misterioso elemento natural se haya creado todo un simbolismo:
-Para expresar la presencia misma de la divinidad, invisible pero fuerte, incontrolable, purificadora, castigadora,
-o para designar los sentimientos humanos, como la pasión, que está escondida pero que puede alcanzar una fuerza inaudita, para bien o para mal: el amor , el odio, el entusiasmo...etc.
-El fuego es también la imagen del calor familiar, el crepitar de la llama en el hogar ilumina la vida, ahuyenta el frío, da alegría y sensación de bienestar.   

En la Revelación:
Para saber toda la densidad de significado que el fuego puede llegar a tener y lo que puede expresar también en nuestras celebraciones, no hay mejor medio que repasar, que de lo que él dicen el Antiguo y Nuevo Testamento.
  • Ante todo, el fuego sirve para expresar de algún modo lo que es imposible de expresar: la presencia misteriosa de Dios mismo en la historia humana. Recordemos el misterioso episodio de la zarza que arde sin consumirse (Ex 3). Moisés se acerca a un lugar que en seguida reconoce como sagrado, y oye la voz "Yo soy el Dios de Abraham...".

  • También es con el fuego con el que se simboliza el juicio de Dios, como el fuego que penetra a todo ser existente, lo pone en evidencia, lo purifica o lo castiga. (Véase: Dan. 7,10 ; Gen 19 ; Is 66,16)

EL INCIENSO

¿Qué quiere simbolizar el incienso?
Lo que el incienso quiere significar en nuestra liturgia nos lo han ido explicando los varios documentos con sus explicaciones.
  • El incienso crea una atmósfera agradable y festiva en torno a lo que se inciensa, a la vez que crea un aire entre misterioso y sagrado por la sutil impalpabilidad de su perfume y de su humo.
  • Expresa elegantemente el respeto y la reverencia hacia una persona o hacia algún símbolo de Cristo.
  • Pero más en profundidad indica la actitud de oración y elevación de la mente hacia Dios. Ya el Salmo 140 nos hace decir: "suba mi oración como incienso en tu presencia".
  • El incienso es símbolo, sobre todo, de la actitud de ofrenda y sacrificio de los creyentes hacia Dios. El incienso une de algún modo a las personas con el altar, con sus dones y sobre todo con Cristo Jesús que se ofrece en sacrificio.
¿A quiénes se inciensa?
-El Misal Romano sugiere con libertad el uso del incienso en estos momentos de la Misa:
  • Durante la procesión de entrada
  • Al comienzo de la Misa para incensar el altar
  • En la procesión y proclamación del evangelio
  • En el ofertorio, para incensar las ofrendas, el altar, el presidente y el pueblo cristiano
  • En la ostensión del Pan consagrado y del Cáliz después de la consagración (IGMR 235)
a)      Llevar incienso en la procesión de entrada e incensar el altar que va a ser el centro de la celebración eucarística, puede indicar el respeto al lugar, a las personas y al altar, o simplemente significar el tono festivo y sagrado de la acción que empieza.  Pero el Misal no da demasiado relieve a este primer gesto: siempre se ha considerado más importante la incensación del altar en el ofertorio.

b)      La incensación del evangelio  fue entrando a partir del siglo XI como signo de honor y respeto hacia Aquél cuyas palabras vamos a escuchar. El Misal (IGMR 33 y 35) explica por qué en el momento del evangelio se acumulan los signos de especial veneración: el lector ordenado, la postura de pie, el beso y otras muestras de honor entre las que hay que recordar el incienso.

c)      El uso del incienso en el ofertorio tiene especial interés. El altar y las ofrendas de pan y vino sobre él se inciensan "para significar de este modo que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el trono de Dios como el incienso" (IGMR 51). 

En este momento "también el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados". Junto con el pan y el vino ofrecidos sobre el altar, y que son incensados, también el presidente se ofrece a sí mismo, y con él toda la comunidad y así se convierten ellos mismos en ofrenda y sacrificio, unidos e incorporados al sacrificio de Cristo. Son las personas, principalmente, las que vienen a ser simbolizadas como ofrenda y homenaje a Dios, con el gesto del incienso. Si nada más fuera un gesto de honor, se quedaría la asamblea sentada mientras la inciensan. En cambio, se pone de pie para indicar su actitud positiva, comprometida, de unión espiritual con las ofrendas eucarísticas.


d)      En la consagración el acto de la incensación manifiesta al Señor mismo. Todas las incensaciones se dirigen a los signos sacramentales de la presencia del Señor: el altar, la cruz, el libro del evangelio, el presidente, la asamblea. Ahora se inciensa el pan y el vino consagrados, el signo central y eficaz de la auto-donación de Cristo.

 
LA IMPOSICIÓN DE MANOS

En el Nuevo Testamento la acción e imponer  sobre la cabeza de uno las manos tiene significados distintos, según el contexto en el que se sitúe. Ante todo puede ser la bendición que uno transmite a otro, invocando sobre él la benevolencia de Dios.
Así , Jesús imponía las manos sobre los niños, orando por ellos.

La despedida de Jesús en su Ascensión , se expresa también con el mismo gesto: "alzando las manos los bendijo" (Lc  24,50).
Es una expresión que muchas veces se relaciona a la curación. Jairo pide a Jesús: "Mi hija está a punto de morir; ven impón tus manos sobre ella para que se cure y viva" (Mc 5,23).
Imponer las manos sobre la cabeza de una persona, significa en muchos otros pasajes, invocar y transmitir sobre ella el don del Espíritu Santo para una misión determinada. Así pasa con los elegidos para el ministerio de diáconos en la comunidad primera: "hicieron oración y les impusieron las manos" (Act 6,6).  

Hay dos momentos en la celebración de la Eucaristía en que el gesto simbólico tiene particular énfasis.
Ante todo cuando el presidente, en la Plegaria Eucarística, invoca por primera vez al Espíritu (epíclesis), extendiendo sus manos sobre el pan y el vino: "santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu".

La Bendición Final es el segundo momento en el que el gesto de la imposición adquiere especial énfasis.
Este gesto nos habla también del don de Dios y la mediación eclesial:
Estupendo binomio: la mano y la palabra. Unas manos extendidas hacia una persona o una cosa, y unas palabras que oran o declaran. Las manos elevadas apuntando al don divino, y a la vez mantenidas sobre esta persona o cosa, expresando la aplicación o atribución del mismo don divino a estas criaturas.
La mano poderosa de Dios que bendice, que consagra, que inviste de autoridad, es representada sacramentalmente por la ,mano de un ministro de la Iglesia, extendida con humildad y confianza sobre las personas o los elementos materiales que Dios quiere santificar.

EL SALUDO DE LA PAZ 


El Misal describe así el gesto de la paz: Los fieles "imploran la paz y la unidad para la Iglesia y para toda la familia humana, y se expresan mutuamente la caridad, antes de participar de un mismo pan" (IGMR 56b).

a)    Se trata de la paz de Cristo: "Mi paz os dejo, mi paz os doy". El saludo y el don del Señor que se comunica a los suyos en la Eucaristía. No una paz que conquistemos nosotros con nuestro esfuerzo, sino que nos concede el Señor.

b)    Un gesto de fraternidad cristiana y eucarística: Un gesto que nos hacemos unos a otros antes de atrevernos a acudir a la comunión: para recibir a Cristo nos debemos sentir hermanos y aceptarnos los unos a los otros. Todos somos miembros del mismo Cuerpo, la Iglesia de Cristo. Todos estamos invitados a la misma mesa eucarística. Darnos la paz es un gesto profundamente religioso, además de humano. Está motivado por la fe más que por la amistad: reconocemos a Cristo en el hermano al igual que lo reconocemos en el pan y el vino.

EL SACERDOTE BESA EL LIBRO DE LOS EVANGELIOS


Al hacerlo el sacerdote dice en voz baja: "Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados". Esta frase expresa el deseo de que la Palabra evangélica ejerza su fuerza salvadora perdonando nuestros pecados. Besar el Evangelio es un gesto de fe en la presencia de Cristo que se nos comunica como la Palabra verdadera.

LA SEÑAL DE LA CRUZ
 
No nos damos mucha cuenta, porque ya estamos acostumbrados a ver la Cruz en la Iglesia, en nuestras casas, pero la Cruz es una verdadera cátedra, desde la que Cristo nos predica siempre la gran lección del cristianismo.

La Cruz resume toda la teología sobre Dios, sobre el misterio de la salvación en Cristo, sobre la vida cristiana.
La Cruz es todo un discurso: Nos presenta a un Dios trascendente pero cercano; un Dios que ha querido vencer el mal con su propio dolor; un Cristo que es juez y Señor, pero a la vez siervo, que ha querido llegar a la entrega total de sí mismo, como imagen plástica del amor y de la condescendencia de Dios; un Cristo que en su Pascua - muerte y resurrección- ha dado al mundo la reconciliación.

Los cristianos con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz, o nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.

Es  un gesto sencillo pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacer sobre nuestra personas este signo es como si dijéramos: "estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana...".

Los cristianos debemos reconocer a la Cruz todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente nos alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz y nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en la dirección buena.  

EL AGUA
 
El agua es una realidad que ya humanamente tiene muchos valores y sentidos: sacia la sed, limpia, es fuente de vida, origina la fuerza hidráulica...También nos sirve para simbolizar realidades profundas en el terreno religioso la pureza interior, sobre todo.  Por eso se encuentran las abluciones o los baños sagrados en todas las culturas y religiones (a orillas del Ganges para los indios, del Nilo para los egipcios, del Jordán para los judíos).

Para los cristianos el agua sirve muy expresivamente para simbolizar lo que Cristo y su salvación son para nosotros: Cristo es el "agua viva" que sacia definitivamente nuestra sed (coloquio con la samaritana: Jn 4); el agua sirve también para describir la presencia vivificante del Espíritu (Jn 7, 37-39) y para anunciar la felicidad el cielo (Apoc 7, 17; 22, 1).

En nuestra liturgia es lógico que también se utilice este simbolismo.  A veces se usa el agua sencillamente con una finalidad práctica: por ejemplo en las abluciones de las manos después de ungir con los Santos Oleos o de los vasos empleados en la Eucaristía. Otras veces un gesto que en su origen había sido "práctico" ha adquirido ahora un simbolismo: como la mezcla del agua en el vino, que en siglos pasados era necesario por la excesiva gradación del vino, y que luego adquirió el simbolismo de nuestra humanidad incorporada a la divinidad de Cristo.

Pero el agua tiene muchas veces un sentido simbólico: lavarse las manos para indicar la purificación que el sacerdote más que nadie necesita, o lavar los pies para expresar la actitud de servicio. Sobre todo el agua nos hace celebrar significativamente el Bautismo con el gesto de la inmersión en agua (bautismo significa inmersión" en griego): porque es un sacramento que nos hace sumergirnos sacramentalmente en Cristo, en su muerte y resurrección, y nos engendra a la vida nueva. La aspersión de la comunidad con agua en la Vigilia Pascual, o en el rito de entrada de la Eucaristía dominical, o el santiguarse con agua al entrar en la Iglesia, son recuerdos simbólicos del Bautismo. También el hecho de las casas (de las casas, de los objetos, de las personas) o el gesto de aspersión en las exequías se realicen con agua, quiere prolongar el simbolismo purificador y vitalizador del Bautismo.

En el rito de la Dedicación de iglesias se asperjan con agua las paredes, el altar y finalmente el pueblo cristiano: siempre con la misma intención "bautismal", que coenvuelve a las personas, al edificio y a los objetos de nuestro culto.  Todo queda incorporado a la Pascua de Cristo. Otro significado del simbolismo del agua es su cualidad de apagar la sed del hombre. Sed que no es sólo material, sino que muy expresivamente puede referirse s los deseos más profundos del ser humano: la felicidad, la libertad, el amor, etc.

LAS CAMPANAS
 
Es muy antiguo el uso de objetos metálicos para señalar con su sonido la fiesta o la convocatoria de la comunidad. Desde el sencillo "gong" hasta la técnica evolucionada de los fundidores de campanas o los campanarios eléctricos actuales, las campanas y las campanillas se han utilizado expresivamente en la vida social y en el culto. Son instrumentos de metal, en forma de copa invertida, con un badajo libre.

Cuando los cristianos pudieron construir iglesias, a partir del siglo IV, pronto se habla de torres y campanarios adosados a las iglesias, con campanas que se convertirán rápidamente en un elemento muy expresivo para señalar las fiestas y los ritmos de la celebración cristiana. También dentro de la celebración se utilizaron las campanillas, a partir del siglo XIII, ahora bastante menos necesarias (IGMR 109 deja libre su uso) porque ya la celebración la seguimos más fácilmente, a no ser que se quieran hacer servir, no tanto para avisar de un momento -por ejemplo, la consagración sino para darle simbólicamente realce festivo, como en el Gloria de la Vigilia Pascual.

Los nombres latinos de "signum" o "tintinnabulum" se convierten más tarde, hacia el siglo VI, en el de "vasa campana", seguramente porque las primeras fundiciones derivan de la región italiana de Campania.  Las campanas del campanario convocan a la comunidad cristiana, señalan las horas de la celebración (la Misa mayor), de oración (el Angelus o la oración comunitaria de un monasterio), diversos momentos de dolor (la agonía o la defunción) o de alegría (la entrada del nuevo obispo o párroco) y sobre todo con su repique gozoso anuncian las fiestas.  

Y así se convierten en un "signo hecho sonido" de la identidad de la comunidad cristiana, evangelizador de la Buena Noticia de Cristo en medio de una sociedad que puede estar destruida.  Como también el mismo campanario, con su silueta estilizada, se convierte en símbolo de la dirección trascendente que debería tener nuestra vida. El Bendicional (nn. 1142-1162) ofrece textos muy expresivos para la bendición de las campanas, motivando bien su sentido y convirtiendo el rito en una buena ocasión para entender mejor la identidad de una comunidad cristiana y sus ritmos de vida y oración.

EL CANTO
 
El canto expresa y realiza nuestras actitudes interiores. Tanto en la vida social como en la cúltico-religiosa, el canto no sólo expresa sino que en algún modo realiza los sentimientos interiores de alabanza, adoración, alegría, dolor, súplica.  "No ha de ser considerado el canto como un cierto ornato que se añade a la oración, como algo extrínseco, sino más bien como algo que dimana de lo profundo del espíritu del que ora y alaba a Dios" (IGLH 270).

El canto hace comunidad, al expresar más validamente el carácter comunitario de la celebración, igual que sucede en la vida familiar y social como en la litúrgica.

El canto hace fiesta, crea clima más solemne y digno en la oración: "nada más festivo y más grato en las celebraciones sagradas que una asamblea que toda entera, exprese su fe y su piedad por el canto" (MS 16).

El canto es una señal de euforia.  El canto tiene en la liturgia una función "ministerial": no es como en un concierto, que se canta por el canto en sí y su placer estético y artístico.  Aquí el canto ayuda a que la comunidad entre más en sintonía con el misterio que celebra.  A la vez que crea un clima de unión comunitaria y festiva, ayuda pedagógicamente a expresar nuestra participación en lo más profundo de la celebración. Así el canto se convierte de verdad en "sacramento", tanto de lo que nosotros sentimos y queremos decir a Dios, como de la gracia salvadora que nos viene de él.

LA CENIZA



La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego.  Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive.  Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 
18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es le que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado).  Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua.  La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual.  Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: "Arrepiéntete y cree en el Evangelio" (Cf Mc1,15) y "Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver" (Cf Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestra conversión y aceptación del Evangelio, o sea, la novedad de vida que Cristo cada año quiere comunicarnos en la Pascua.

EL CIRIO PASCUAL
Del latín "cereus", de cera, el producto de las abejas. Ya hablamos en la voz "candelas candelabros" sobre el uso humano y el sentido simbólico de la luz que producen los cirios, y también del uso que en la liturgia cristiana hacemos de ese simbolismo. El cirio más importante es el que se enciende en la Vigilia Pascual como símbolo de la luz de Cristo, y los cirios que se reparten entre la comunidad, para significar nuestra participación en esa misma luz. 

El Cirio Pascual es ya desde los primeros siglos uno de los símbolos más expresivos de la Vigilia.  En medio de la oscuridad (toda la celebración se hace de noche y empieza con las luces apagadas), de una hoguera previamente preparada se enciende el Cirio, que tiene una inscripción en forma de Cruz, acompañada de la fecha y de las letras Alfa y Omega, la primera y la última del agabeto griego, para indicar que la Pascua de Cristo, principio y fin de el tiempo y de la eternidad, nos alcanza con fuerza siempre nueva en el año concreto en que vivimos. En la procesión de entrada se canta por tres veces la aclamación al Cirio: "Luz de Cristo.  Demos gracias a Dios", mientras progresivamente se van encendiendo los cirios de los presentes.  Luego se coloca en la columna o candelero que va a ser su soporte, y se entona en torno de él, después de incensarlo, el solemne Pregón Pascual. 

Además del símbolo de la luz, se le da también el de la ofrenda:cera que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz: "Acepta, padre santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas.  Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios... Te rogamos que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche..."

Lo que van anunciando las lecturas, oraciones y cantos, el Cirio lo dice con el lenguaje humilde pero diáfano de su llama viva. La Iglesia, la esposa, sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano, gozándose con él en la noche victoriosa de su Pascua.

El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante las siete semanas de la cincuentena, al lado del ambón de la Palabra, hasta terminar el domingo de Pentecostés.  Luego, durante el año, se encenderá en la celebración de los bautizos y de las exequias, el comienzo y la conclusión de la vida: un cristiano participa de la luz de Cristo a lo largo de todo su camino terreno, como garantía de su definitiva incorporación a la luz de la vida eterna.

LA COLECTA

 

La palabra "colecta" viene del latín "collecta, colligere", "recogida, recoger". Se aplica ante todo a la reunión de la comunidad para la Eucaristía dominical o para las asambleas "estacionales" en Cuaresma. También se llama "colecta" a la recogida de dinero o de dones en el ofertorio, a la que alude Pablo (1 Cor 16, 1-2). 

Pero su uso más técnico es el referido a la "oración colecta" al principio de la Misa.  Este nombre pudiera tener dos direcciones: o bien porque se pronuncia cuando ya está la comunidad reunida (oración de reunión, concluyendo el rito de entrada), o porque su finalidad es recoger y resumir las peticiones de cada uno de los presentes.  También se aplica este nombre a las "oraciones sálmicas", que "sintetizan los sentimientos de los participantes" en el rezo de los salmos (Cf IGLH 112).  La expresión "colligere ortationem", usual en los primeros siglos en la salmodia comunitaria, quería decir "recoger en una oración las intenciones de los que habían rezado el salmo".  De ahí las "colectas sálmicas".

El Misal de Pablo VI llama "colecta" a la primera oración de la Misa y describe así su dinámica: "El sacerdote invita al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar colecta, y el pueblo contesta amén" (IGMR 32).  Es la primera oración importante del presidente, que de pie, con los brazos extendidos, y en nombre de la comunidad, dirige su súplica a Dios.  Las de nuestro Misal son fieles al estilo claro y conciso de la liturgia romana, con una invocación a Dios, muchas veces enriquecida con la alusión al tiempo litúrgico o la fiesta celebrada para proseguir con una súplica y concluir apelando a la mediación de Cristo.

El libro que durante siglos reunía estas oraciones de la Misa o del Oficio Divino, antes de su inclusión en el libro único del Misal o del Breviario, se llamó "Colectario".

EL MOMENTO DE LA COMUNIÓN

De la palabra latina "communio", acción de unir, de asociar y participar (correspondiente a la griega "koinonía") "comunión" significa la unión de las personas, o de una comunidad, o la comunión de los Santos en una perspectiva eclesial más amplia, o la unión de cada uno con Cristo o con Dios.
Aquí la miramos desde el punto de vista eucarístico: la participación de los fieles en el Cuerpo y Sangre de Cristo.  Este es el momento en verdad culminante de la celebración de la Eucaristía.  Después de que Cristo se nos ha dado como palabra salvadora, ahora, desde su existencia de Resucitado, se quiere hacer nuestro alimento para el camino de nuestra vida terrena y como garantía de la eterna.

La comunión tiene a la vez sentido vertical, de unión eucarística con Cristo, y horizontal, de sintonía con la comunidad eclesial.  Por eso la "excomunión" significa también la exclusión de ambos aspectos. El Misal (IMGR 56) invita a una realización lo más expresiva posible de la comunión eucarística:
  1. con una oración o un silencio preparatorio, por parte del presidente y de la comunidad;
  2. una procesión desde los propios lugares hacia el ámbito del altar,
  3. mientras se canta un canto que une a todos y les hace comprender más en profundidad el misterio que celebran,
  4. la invitación oficial a acercare a la mesa del Señor: "Este es el Cordero de Dios", invitación que apunta al banquete escatológico del cielo ("dichosos los invitados a la Cena del Cordero"),
  5. la mediación de la Iglesia en este gesto central (no "coge" la comunión cada uno, sino que la recibe del ministro),
  6. con un diálogo que ahora ha vuelto a la expresiva sencillez de los primeros siglos ("el Cuerpo de Cristo.  Amén", "la Sangre de Cristo, Amén")
  7. con pan que aparezca como alimento, consagrado y partido en la misma Misa, para significar también la unidad fraterna de los que participan del mismo sacrificio de Cristo,
  8. recibido en la mano o en la boca, a voluntad del fiel, allí donde los Episcopados lo hayan decidido (en España desde el 1976, en Italia desde 1989, en México desde 1978),
  9. a ser posible también participando del vino, que expresa mejor que Cristo nos hace partícipes de su sacrifico pascual en la cruz y de la alegría escatológica, y
  10. con unos momentos de interiorización después de la comunión. Casos especiales son el de la primera comunión, en la que los cristianos participan por primera vez plenamente de la celebración eucarística de la comunidad: no sólo en sus oraciones, lecturas y cantos, sino también en el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Tiene especial sentido la Comunión llevada a los enfermos, ahora eventualmente por medio de los ministros extraordinarios de la comunión, a ser posible como prolongación de la celebración comunitaria dominical.  Particular relieve merece la comunión que se recibe como viático, en punto de muerte.

Y finalmente, la comunión recibida fuera de la Misa, caso repetido sobre todo en lugares donde no pueden participar diaria ni siquiera dominicalmente de la Eucaristía completa, pero sí escuchar la palabra, orar en común y comulgar, en las condiciones que establecen el "Ritual del culto y de la comunión fuera de la Misa" (1973) y la instrucción "Inmensae cariatis" (1973).  Respecto a repetir la comunión el mismo día, según el Código de Derecho Canónico (c. 917), "quien ya ha recibido la santísima Eucaristía puede de nuevo recibirla el mismo día solamente dentro de la celebración eucarística en la que participe", norma que ha recibido la interpretación oficial de que se puede hacer "una segunda vez".

COMER EL PAN:

Juntamente con el "beber", el "comer" es el gesto central de la Eucaristía cristiana. Si el Antiguo Testamento empieza con el "no coman" del Génesis, en el Nuevo Testamento escuchamos el testamento: "tomen y coman".  Y si entonces la consecuencia era: "el día que comas de él, morirás", ahora la promesa es la contraria: "el que come...  tiene vida eterna". 

El comer, ya humanamente, tiene el valor del alimento y la reparación de las fuerzas.  Pero a la vez tiene connotaciones simbólicas muy expresivas: comer como fruto del propio trabajo, comer en familia, comer con los amigos, comer en clima de fraternidad, comer con sentido de fiesta. En el contexto cristiano de la Eucaristía, el comer tiene igualmente varios sentidos.  Al comer el pan, estamos convencidos de que nos alimentamos con el Cuerpo de Cristo. 

 Su palabra ("esto es mi Cuerpo") sigue eficaz y su Espíritu es el que ha dado a ese pan que hemos depositado sobre el altar su nueva realidad: ser el Cuerpo del Señor glorificado, que ha querido se nuestro alimento.  Este es el primer sentido que Cristo ha querido dar a la comida eucarística: "mi carne es verdadera comida".  El es el "viático", el alimento para el camino de los suyos.

También hay otros valores y gracias que Cristo expresa en el evangelio con este simbolismo de la comida: el perdón, la alegría del reencuentro, la fiesta, la plenitud y la felicidad del Reino futuro. Basta recordar la parábola del hijo pródigo, acogido en casa con una buena comida; o la de las bodas del rey; o la multiplicación de los panes y peces en el desierto, o la expresiva presencia de Jesús en comidas en casa de Zaqueo, de Mateo, del fariseo, de Lázaro.  Y las comidas de Jesús con sus discípulos, tanto antes como después de la Pascua, que ellos recordarán muy a gusto. (Cf Hech 10,40).

Además, Pablo entenderá la comida como símbolo de la fraternidad eclesial.  el pan de la Eucaristía, además de unirnos a Cristo, participando de su Cuerpo, es también lo que construye la comunidad: "un pan y un cuerpo somos, ya que participamos de un solo Pan" (1 Cor 10,16-17).  "Comer con" por ejemplo con los cristianos procedentes del paganismo, es un signo expresivo y favorecedor de la unidad de todos en la Iglesia, sea cual sea su origen (Cf la discusión entre Pablo y Pedro en Hech 11,3 y Gál 2,12).

PARTIR EL PAN

El origen de este gesto en nuestra Eucaristía lo conocemos todos. La cena judía, sobretodo la pascual, comenzaba con un pequeño rito: el padre de familia partía el pan para repartirlo a todos, mientras pronunciaba una oración de bendición a Dios.

Este gesto expresaba la gratitud hacia Dios y a la vez el sentido familiar de solidaridad en el mismo pan. Muchos hemos conocido cómo en nuestras familias el momento de partir el pan al principio de la comida se consideraba como un pequeño pero significativo rito.  Como el que se hace solemnemente cuando unos novios parten el pastel de bodas y los van repartiendo a los comensales que los acompañan. 

Cristo también lo hizo en su última cena: "Tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio...". Más aún: fue este el gesto el que más impresionó a los discípulos de Emaús en su encuentro con Jesús Resucitado. "Le reconocieron al partir el pan". Y fue este el rito simbólico  que vino a dar nombre a toda la celebración Eucarística en la primera generación.

Primer significado de este gesto: el Cuerpo "entregado roto" de Cristo 
La fracción del pan puede tener, ante todo, un sentido de cara a la Pasión de Cristo. El pan que vamos a recibir es el Cuerpo de Cristo, entregado a la muerte, el Cuerpo roto hasta la última donación, en la Cruz. En el rito bizantino hay un texto que expresa claramente esta dirección: "se rompe y se divide el Cordero de Dios, el Hijo del Padre; es partido pero no se disminuye: es comido siempre, pero no se consume, sino que a los que participan de él, los santifica". 

Segundo significado: Signo de la unidad fraterna

El Misal Romano explica:

 "por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles" (IGMR 48)
"el gesto de la fracción del pan que era el que servía en los tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la importancia del signo de la unidad de todos en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo pan se distribuye entre hermanos" (IGMR 283).


LOS GOLPES DE PECHO


Gesto penitencial y de humildad. Es uno de los gestos más populares al menos en cuanto a expresividad.

Así describe Jesús al publicano (Lc 18, 9-14). El fariseo oraba de pie: "no soy como los demás"... "En cambio el publicano no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador". 

Cuando para el acto penitencial al inicio de nuestra Eucaristía elegimos la fórmula "Yo confieso", utilizamos también nosotros el mismo gesto cuando a las palabras "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa" nos golpeamos el pecho con la mano.

Y es también la actitud de la muchedumbre ante el gran acontecimiento de la muerte de Cristo: "y todos los que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho..." (Lc 23,48)

ARRODILLARSE
 
Estar de rodillas es una actitud de humildad. Expresa arrepentimiento y penitencia. Nos recuerda a Pedro cayendo de rodillas y exclamando: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador" (Lucas 5,8). Pero el cristiano se arrodilla ante Dios precisamente porque el es Dios, el único Señor del universo. Es un signo de Adoración que da a la oración un acento muy particular. (Haga la prueba de arrodillarse, inclinar la cabeza y juntar las manos en actitud de súplica...) 

Este sentido de adoración tiene hacer la genuflexión cuando entramos en la iglesia o delante del sagrario (allí donde hay una lamparita encendida para señalar que está Jesús presente en la Eucaristía).
San Pablo se refiere a esta actitud en Efesios 3,14: "Doblo mis rodillas delante del Padre de quien procede toda paternidad" y el mismo Jesús "puesto de rodillas" oró durante su agonía en Getsemaní (Mt. 26,39).

PONERSE DE PIE



Es la postura más usada en la Misa. Al orar de pie los cristianos "significamos" nuestra dignidad de hijos de Dios. Como tenemos en nosotros el Espíritu que nos hace exclamar "Abba", "nos atrevemos" a llamar a Dios "Padre" y estar de pie delante de él. Es una actitud de cariñosa confianza hacia Dios a quien vemos, sobre todo, como Padre. 

Es una actitud que indica "prontitud", estar disponible, preparado para la acción. Por tanto indica decisión y voluntad para seguir al Señor. Desde el comienzo fue la actitud general de los cristianos: orar de pie, con los brazos extendidos (o levantados) y mirando hacia el oriente (a la salida del sol).
Es también señal de alegría. Durante el primer milenio, los cristianos tuvieron prohibido arrodillarse en la liturgia de los domingos, pues -como sabemos- el día del Señor conmemora la Pascua, la Resurrección de Jesús. 

Así como la muerte es "estar postrado", la resurrección es un levantarse, un "volver a estar de pie". Por eso esta postura manifiesta también nuestra fe en Jesús resucitado.

EL SACERDOTE SE LAVA LAS MANOS ANTES DE LA CONSAGRACIÓN


Lo hace como gesto de purificación. El sacerdote se lava las manos para pedirle a Dios que lo purifique de sus pecados.

LAS GOTAS DE AGUA EN EL VINO


 Con este signo el sacerdote le pide a Dios que una nuestras vidas a la suya. 

AI momento de preparar sobre el Altar el pan y el vino "el Diácono u otro ministro, pasa al sacerdote la panera con el pan que se va a consagrar; vierte el vino y unas gotas de agua en el cáliz.." (Misal Romano Nº 133).  El instante en que se echa el agua se acompaña con una oración que se dice en secreto: "El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

San Cipriano, a mediados del siglo II, escribió sobre este gesto litúrgico, lo siguiente:
"en el agua se entiende el pueblo y en el vino se manifiesta la Sangre de Cristo. Y cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se junta a Cristo, y el pueblo de los creyentes se une y junta a Aquel en el cual creyó. La cual unión y conjunción del agua y del vino de tal modo se mezcla en el cáliz del Señor que aquella mezcla no puede separarse entre sí. Por lo que nada podrá separar de Cristo a la Iglesia (...) Si uno sólo ofrece vino, la Sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros, y si el agua está sola el pueblo empieza a estar sin Cristo. Más cuando uno y otro se mezclan y se unen entre sí con la unión que los fusiona, entonces se lleva a cabo el sacramento espiritual y celestial" (Carta Nº 63, 13).

Este material es cortesía de: Centro de Pastoral Litúrgica de Barcelona http://www.cpl.es
Extractos del Libro " Gestos y Símbolos" del P. José Aldazabal.

De la Santa Misa y cómo se ha de oír

 
No te he hablado aún del sol de los Ejercicios espirituales, que es el santísimo y soberano Sacrificio de la Misa, centro de la Religión cristiana, alma de la devoción, vida de la piedad, misterio inefable que comprende el abismo de la caridad divina, por el cual, Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica con magnificencia sus gracias y favores.
La oración, unida con este divino Sacrificio, tiene una indecible fuerza, de modo que por este medio abunda el alma de celestiales favores, como apoyada sobre su amado, el cual la llena tanto de olores y suavidades espirituales, que parece una columna de humo producida de las maderas aromáticas de mirra y de incienso y de todos los polvos que usan los perfumadores, como se dice en los Cantares.

Procura, pues, con toda diligencia oír todos los días Misa para ofrecer con el sacerdote el sacrificio de tu Redentor a Dios, su Padre, por ti y por toda la Iglesia. Allí están presentes muchos ángeles, como dice San Juan Crisóstomo, para venerar este santo misterio; y así, estando nosotros con ellos y con la misma intención, es preciso que con tal compañía recibamos muchas influencias propicias. En esta acción divina se vienen a unir a nuestro Señor los corazones de la Iglesia triunfante y los de la Iglesia militante, para prendar con El, en El y por El el corazón de Dios Padre, y apoderarse de toda su misericordia. ¡Oh, qué felicidad es para un alma contribuir devotamente con sus afectos a un bien tan necesario y apetecible!

Si por algún estorbo inexcusable no puedes asistir corporalmente a la celebración de este soberano Sacrificio, a lo menos envía allá tu corazón, asistiendo espiritualmente. Para esto, a cualquiera hora de la mañana mira con el espíritu a la Iglesia, ya que no puedes de otro modo; une tu intención con la de todos los cristianos y haz desde el lugar en que te halles los mismos actos interiores que harías si te hallases realmente presente en la iglesia al santo Sacrificio.

Para oír Misa como conviene, ya sea real, ya espiritualmente, has de seguir este método:
  1. Desde el principio has que el sacerdote sube al altar prepárate juntamente con él, lo cual harás poniéndote en la presencia de Dios, reconociendo tu indignidad y pidiéndole perdón de tus defectos.
  2. Desde que el sacerdote suba al altar hasta el Evangelio, considera sencillamente y en general la venida de nuestro Señor al mundo y su vida en él.
  3. Desde el Evangelio, hasta concluido el Credo, considera la predicación del Salvador, protesta que quieres vivir y morir en la fe y obediencia a su santa palabra y en la unión de la Santa Iglesia Católica.
  4. Desde el Credo hasta el Pater noster contempla con el espíritu los misterios de la Pasión y muerte de nuestro Redentor, que actual y esencialmente se representan en este santo Sacrificio, que has de ofrecer, juntamente con el sacerdote y con el resto del pueblo, a Dios Padre para honra suya y salvación de tu alma.
  5. Desde el Pater noster hasta la Comunión, esfuérzate a excitar en tu corazón muchos y ardientes deseos de estar siempre junta y unida a nuestro Señor con un amor eterno.
  6. Desde la Comunión hasta el fin, da gracias a su Divina Majestad por su encarnación, vida, Pasión y muerte, y por el amor que nos muestra en este santo Sacrificio, pidiéndole por él que te sea siempre propicio a ti, a tus parientes, a tus amigos y a toda la Iglesia, y humillándote de todo corazón recibe devotamente la bendición divina que te da nuestro Señor por medio de su ministro.
Pero si quieres tener mientras la Misa la meditación de los misterios que vas siguiendo por orden todos los días, no es necesario que te diviertas en hacer estos actos particulares: bastará que al principio hagas intención de que el ejercicio de meditación y oración que tienes sirva para adorar y ofrecer este santo Sacrificio, puesto que en cualquiera meditación se encuentran los actos arriba dichos o ya expresos, o a lo menos implícita y virtualmente.

La misa y sus partes

Documentos del Concilio Vaticano II sobre Liturgia
Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia
Dies Domini - sobre la santificación del domingoJuan Pablo II
Artículos de la Enciclopedia Católica
Eucaristía
Eucaristía, presencial real de Cristo
Primeros símbolos de la Eucaristía

Partes de la Misa:
Es muy importante conocer las partes de la misa para vivirla intensamente
La Misa consta de dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística. Otros ritos pertenecen a la apertura y conclusión de la celebración. (Instrucción General del Misal Romano)

NOTA: Las indicaciones que se indican entre paréntesis en color azul luego del título de cada parte de la Misa, corresponden a la Ordenación del Misal Romano. Las letras indican la posición que deben asumir los fieles ( P: de pié; S: sentados; R: arrodillados)

Rito de Entrada o Iniciales
Llegamos al templo y nos disponemos para celebrar el misterio más grande de nuestra fe. Acompañamos la procesión de entrada cantando con alegría.

Todo lo que precede a la liturgia de la Palabra, es decir, el canto de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Kyrie con el Gloria y la colecta, tienen el carácter de exordio, introducción y preparación. La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oír como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía

Son ritos introductorios a la celebración y nos preparan para escuchar la palabra y celebrar la eucaristía.

PROCESIÓN DE ENTRADA
Canto de entrada

Reunido el pueblo, mientras entra el sacerdote con sus ministros, se da comienzo al canto de entrada. El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido, elevar sus pensamientos a la contemplación del misterio litúrgico o de la fiesta, y acompañar la procesión de sacerdotes y ministros.

SALUDO INICIAL

Terminado el canto de entrada, el sacerdote y toda la asamblea, hacen la señal de la cruz. A continuación el sacerdote, por medio de un saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.

ACTO PENITENCIAL

Después el sacerdote invita a un acto penitencial, que se realiza cuando toda la comunidad hace su confesión general y se termina con la absolución del sacerdote.
Señor, ten piedad (Kirye)

Después del acto penitencial se empieza el Señor, ten piedad, a no ser que éste haya formado ya parte del mismo acto penitencia
l Si no se canta el “Señor, ten piedad”, al menos se recita.

GLORIA

Este es un antiquísimo y venerable himno con que la iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y al Cordero , y le presenta sus súplicas. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o alternadamente.
Alabamos a Dios, reconociendo su santidad, al mismo tiempo que nuestra necesidad de Él.

ORACIÓN COLECTA
Es la oración que el sacerdote, en nombre de toda la asamblea, hace al Padre. En ella recoge todas las intenciones de la comunidad.

A continuación el sacerdote invita al pueblo a orar y todos, a una con el sacerdote, permanecen un rato en silencio para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que se suele denominar "colecta", que expresa la índole de la celebración; el pueblo la hace suya diciendo AMÉN.

Liturgia de la Palabra
Escuchamos a Dios, que se nos da como alimento en su Palabra, y respondemos cantando, meditando y rezando.
Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u oración de los fieles, la desarrollan y concluyen.

Lecturas bíblicas
En las lecturas se dispone la mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros bíblicos. Que se haya de tributar suma veneración a la lectura del Evangelio lo enseña la misma liturgia cuando la distingue por encima de las otras lecturas con especiales muestras de honor, sea por parte del ministro encargado de anunciarlo y por la bendición y oración con que se dispone a hacerlo, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo que les habla y escuchan la lectura puestos en pie; sea finalmente por las mismas muestras de veneración que se tributan al libro de los Evangelios.

PRIMERA LECTURA


Se toma del Antiguo Testamento y nos sirve para entender muchas de las cosas que hizo Jesús.

SALMO RESPONSORIAL

Formando parte de la misma Liturgia de la Palabra tenemos los Cantos interleccionales.
Después de la 1º Lectura, sigue un Salmo Responsorial, que se toma del Leccionario. El salmista o cantor del salmo, desde el ambón o desde otro sitio oportuno, proclama las estrofas del salmo, mientras toda asamblea escucha y además participa con su respuesta. Meditamos rezando o cantando un salmo.

SEGUNDA LECTURA o EPÍSTOLA


Se toma del Nuevo Testamento, ya sea de los Hechos de los Apóstoles o de las cartas que escribieron los primeros apóstoles. Esta segunda lectura nos sirve para conocer cómo vivían los primeros cristianos y cómo explicaban a los demás las enseñanzas de Jesús. Esto nos ayuda a conocer y entender mejor lo que Jesús nos enseñó. También nos ayuda a entender muchas tradiciones de la Iglesia.
En el Nuevo Testamento, Dios nos habla a través de los apóstoles.

Después de la segunda lectura se canta el Aleluya, que es un canto alegre que recuerda la Resurrección u otro canto según las exigencias del tiempo litúrgico. El canto del Aleluya nos dispone a escuchar la proclamación del misterio de Cristo. Al finalizar aclamamos diciendo: "Gloria a ti, Señor Jesús".

EVANGELIO


Se toma de alguno de los cuatro Evangelios de acuerdo al ciclo litúrgico y narra una pequeña parte de la vida o las enseñanzas de Jesús. Es aquí donde podemos conocer cómo era Jesús, qué sentía, qué hacía, cómo enseñaba, qué nos quiere transmitir. Esta lectura la hace el sacerdote o el diácono.

HOMILÍA


El celebrante nos explica la Palabra de Dios. Conviene que sea una explicación de las Lecturas, o de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo siempre el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes

CREDO o PROFESIÓN DE FE


Después de escuchar la Palabra de Dios, confesamos nuestra fe. Con el Símbolo o Credo el Pueblo da su asentamiento y respuesta a la Palabra de Dios proclamada en las Lecturas y en Homilía, y trae su memoria, antes de empezar la celebración eucarística, la norma de su fe.

ORACIÓN DE LOS FIELES



ORACIÓN UNIVERSAL

Rezamos unos por otros pidiendo por las necesidades de todos. En la oración universal u oración de los fieles, el Pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los hombres( Papa, Iglesia, Estado, necesidades....)  La asamblea expresa su súplica o con una invocación común, que se pronuncia después de cada intención, o con una oración en silencio

Liturgia Eucarística
En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y banquete pascual, por el que se hace continuamente presente en la Iglesia el sacrificio de la cruz, cuando el sacerdote, que representa a Cristo el Señor, lleva a cabo lo que el Señor mismo realizó y confió a sus discípulos para que lo hicieran en memoria suya. Cristo tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió, lo dio a sus discípulos, y dijo: "Tomad, comed, bebed: esto es mi cuerpo: éste es el cáliz de mi sangre. Haced esto en conmemoración mía". De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes, con las palabras y acciones de Cristo. Ya que:

1) En la preparación de las ofrendas se presentan en el altar el pan y el vino con agua; es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.
2) En la plegaria Eucarística se da gracias a Dios por toda la obra de la salvación, y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
3) Por la fracción del mismo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión ellos reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo.

PREPARACIÓN Y PRESENTACIÓN DE LOS DONES


Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Acompaña a esta procesión el canto del ofertorio, que se alarga por los menos hasta que los dones han sido colocados sobre el altar.
En primer lugar se prepara el altar o la mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y sobre él se colocan el corporal, el purificador, el Misal y el cáliz, que puede también dejarse dispuesto en la credencia.
Se traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo presenten los mismos fieles. Un sacerdote o el diácono saldrá a recibirlos a un sitio oportuno y lo dispondrá todo sobre el altar mientras pronuncia las fórmulas establecidas.
Aunque los fieles no traigan pan y vino suyo como se hacía antiguamente, con este destino litúrgico, el rito de presentarlos conserva igualmente todo su sentido y significado espiritual.
Terminada la colocación de las ofrendas y concluidos los ritos que la acompañan se concluye la preparación de los dones, con una invitación a orar juntamente con el sacerdote, y con la fórmula llamada "oración sobre las ofrendas". Así queda preparada la Oración Eucarística

Oración Eucarística o Plegaria eucarística

Este el centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de gracias y de consagración. El sentido de esta oración es que toda la congregación de fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio.

Los principales elementos de que consta la Plegaría eucarística pueden distinguirse de esta manera:

Acción de gracias

Se expresa sobre todo en el prefacio, en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación o por alguno de sus aspectos particulares, según las variantes del día, fiesta o tiempo.

Santo o Aclamación

El sacerdote con la que toda la asamblea, uniéndose a las potestades celestiales, canta o recita el Santo. Esta aclamación, que constituye una parte de la Plegaria Eucarística, la pronuncia todo el pueblo con el sacerdote.

Epíclesis

Oración con la que la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora el poder divino para que los dones que han ofrecido los hombres, queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, y para que la hostia inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación de quienes la reciban.

Narración de la institución y consagración


Mediante las palabras y acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que Cristo mismo instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, los dio a los Apóstoles en forma de alimento y bebida, y les dejó el mandato de perpetuar este mismo misterio.

Es el momento más solemne de la Misa; en él ocurre el misterio de la transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Dios se hace presente ante nosotros para que podamos estar muy cerca de Él. Es un misterio de amor maravilloso que debemos contemplar con el mayor respeto y devoción. Debemos aprovechar ese momento para adorar a Dios en la Eucaristía.

Anámnesis


Con la que, al realizar este encargo que a través de los Apóstoles, la Iglesia recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo Cristo, recordando principalmente su bienaventurada Pasión, su gloriosa Resurrección y la Ascensión al Cielo.

Oblación

la asamblea ofrece al Padre la víctima inmaculada, y con ella se ofrece cada uno de los participantes.
Por la que la Iglesia, en este memorial, sobre todo la Iglesia aquí y ahora reunida, ofrece al Padre en el Espíritu Santo, la hostia inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la hostia inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos.

Intercesiones

Con ellas se da a entender que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación se hace por ella y por todos sus miembros, vivos y difuntos miembros que han sido todos llamados a la participación de la salvación y redención adquirida por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Doxología final

En la que se expresa la glorificación de Dios, y que se concluye y confirma con la aclamación, con el Amén del pueblo

Rito de la Comunión

Ya que la celebración eucarística es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como alimento espiritual. Significa "común unión". Al acercarnos a comulgar, además de recibir a Jesús dentro de nosotros y de abrazarlo con tanto amor y alegría, nos unimos a toda la Iglesia en esa misma alegría y amor

El Padrenuestro o la oración dominical


Preparándonos para comulgar, rezamos al Padre como Jesús nos enseñó.
Se pide el pan de cada día, con lo que también se alude, para los cristianos, el pan eucarístico, y se implora el perdón de los pecados. El embolismo, que desarrolla la última petición, pide para todos los fieles la liberación del poder del mal.

El rito de la paz
Con que los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la familia humana y se expresan mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.

El gesto de la fracción del pan
El celebrante deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz [originariamente era un trozo del pan consagrado en otra comunidad el domingo anterior: signo de comunión entre las diversas comunidades cristianas]

Cordero de Dios
Mientras se hace la fracción del pan y la Inmixión, los cantores o un cantor cantan el Cordero de Dios: Esta invocación puede repetirse cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción del pan. La última vez se acompañará con las palabras danos la paz.

Preparación privada del sacerdote

Luego, el Sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico. El sacerdote se prepara con una oración privada, para recibir con fruto el Cuerpo y la Sangre de Cristo: los fieles hacen lo mismo, orando en silencio. Luego el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico que recibirán en la comunión, y los invita al banquete de Cristo; y juntamente con los fieles formula, usando palabras evangélicas, un acto de humildad.

COMUNIÓN
Es muy de desear que los fieles participen del Cuerpo del Señor con pan consagrado en esa misma Misa. Comulgar es la mejor forma de participar del sacrificio que se celebra.
Mientras el sacerdote y los fieles reciben el Sacramento tiene lugar el canto de comunión, canto que debe expresar, por la unión de voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar, al mismo tiempo, la alegría del corazón y hacer más fraternal la procesión de los que van avanzando para recibir el Cuerpo de Cristo. Si no hay canto, se reza la antífona propuesta por la Misal.

Terminada la distribución de la comunión, el sacerdote y los fieles, si juzgan oportuno, pueden orar un rato recogidos. Si se prefiere, puede también cantar toda la asamblea un himno, un salmo o algún otro canto de alabanza.

ORACIÓN
Damos gracias a Jesús por haberlo recibido, y le pedimos que nos ayude a vivir en comunión.
En la oración después de la comunión, el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación “Amén.”

Rito de Despedida
Son ritos que concluyen la celebración.
El rito final consta de saludo y bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus honestos quehaceres alabando y bendiciendo al Señor.

BENDICIÓN

Recibimos la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se amplía con la oración "sobre el pueblo" o con otra fórmula más solemne.

DESPEDIDA Y ENVÍO
Alimentados con el pan de la Palabra y de la Eucaristía, volvemos a nuestras actividades, a vivir lo que celebramos, llevando a Jesús en nuestros corazones. Con lo que se disuelve a la asamblea,  alabando y bendiciendo al Señor.