Dignidad
Vagamente el diccionario de la Real Academia Española, nos explica que la dignidad es la “Cualidad de ser Digno”. Digno es ser valioso.
El mundo fue creado para la Gloria de Dios, pero, como nos explica San Buenaventura:
"non propter gloriam augendam, sed propter gloriam manifestandam et propter gloriam suam communicandam" ("no para aumentar su gloria, sino para manifestarla y comunicarla") - sent. 2,1,2,2,1
Este solo verdadero Dios, por su bondad “y virtud omnipotente”, no para aumentar su bienaventuranza ni para adquirirla, sino para manifestar su perfección por los bienes que reparte a la criatura, con libérrimo (libre) designio, “juntamente desde el principio del tiempo, creó de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, esto es, la angélica y la mundana, y luego la humana, como común, constituída de esplritu y cuerpo” [Conc. Later. IV, v. 428; Can 2 y 5]. - Denzinger, 3002
Y es por esto que la gloria de Dios consiste en que se realice esta manifestación y esta comunicación de su bondad para las cuales el mundo ha sido creado. Hacer de nosotros "hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia" (Ef 1,5-6): "Porque la gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre es la visión de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará la vida a los que ven a Dios" (S. Ireneo, haer. 4,20,7). - Catecismo de la Iglesia Católica, 294.
Nosotros somos valiosos, en este plan de amor. La Dignidad humana está enraizada en su creación a Imagen y Semejanza de Dios:
Que se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina >>> Corresponde al ser humano llegar libremente a esta realización >>> Por sus actos deliberados >>> la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral >>> Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un material de su crecimiento >>> Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud >>> evitan el pecado y, si lo han cometido recurren como el hijo pródigo (cf Lc 15, 11-31) a la misericordia de nuestro Padre del cielo >>> Así acceden a la perfección de la caridad.
Escándalo: Actitud o comportamiento que induce a otro hacer el mal.
- El que escandaliza se convierte en tentador de su prójimo.
- Atenta contra la virtud y el derecho, puede ocasionar muerte espiritual.
- Constituye una falta grave, si por acción u omisión, arrastra a otro a una falta grave.
Y estos pequeños no se deben referir a “niños”, ya que son casi inconscientes de su hipotética fe, sino que equivale a “discípulos” o gente sencilla, que creen en Él. Y en el pasaje vemos la gravedad del escándalo, el amor al prójimo exige desearle el bien y el escandaloso lo empuja al mal. Por eso le valía (tomemos en cuenta lo fuerte de estas palabras) mejor que los arrojaran al mar y no al infierno.
El que usa los poderes de que dispone en condiciones que arrastren a hacer el mal se hace culpable de escándalo y responsable del mal que directa o indirectamente ha favorecido. ‘Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien vienen!’ (Lc 17, 1). – Artículos 2286 – 2287
Reflexión:¿Tenemos al enemigo dentro?
Sentimos dolor, rabia, ante tantos ataques a Cristo, a la Iglesia, al Papa, a los católicos. Vemos con pena profunda cómo “artistas” se burlan de la Cruz, cómo personajes de la vida pública dicen que los símbolos religiosos “sobran”, cómo se producen, aquí y allá, profanaciones de iglesias, ataques al Sacramento de la Eucaristía, destrucción de imágenes de la Virgen.
Vemos, tocamos, la acción de enemigos rabiosos que muestran su desprecio hacia la fe católica en la televisión, el cine, la radio, la prensa, la literatura, el internet. Pero a veces no nos damos cuenta de un enemigo interior, que entra en los hogares, que anida en los corazones, que destruye, poco a poco, el tesoro de la gracia en nuestras vidas.
Muchas veces el enemigo está dentro. Porque el peor daño que hacemos a nuestra Iglesia nace precisamente de la apatía, de la tibieza, de la incoherencia, de la cobardía, de la mundanidad en la que viven muchos católicos.
El enemigo está dentro cuando en la familia los padres no van a misa. Seguramente llevarán a los niños al catecismo, prepararán la fiesta de la primera comunión. Pero luego, ¿qué ejemplo dejan a los hijos sobre la importancia de la misa? ¿Qué hacen para que cada domingo los pequeños puedan ir a misa precisamente con sus padres, con quienes desean lo mejor para los hijos?
El enemigo está dentro cuando la televisión es vista por todos y en todo momento, sin una sana disciplina, sin una vigilancia atenta, sin un deseo sincero por evitar cualquier programa que denigre al hombre o a la mujer, o que fomente la violencia, la avaricia, el odio, la soberbia, la lujuria, la pereza, la vanidad.
El enemigo está dentro cuando lo que más importa es la manera de ganar dinero, de divertirse el fin de semana, de buscar el último grito de la técnica, mientras todo son quejas cuando experimentamos las estrecheces de la vida. ¿No olvidamos, entonces, la invitación de Cristo a desapegarnos de las riquezas, a confiar en la Providencia de un Padre que nos ama, a compartir nuestros bienes con los pobres, a vivir con los ojos en el cielo?
El enemigo está dentro cuando la castidad ha dejado de ser un valor, cuando los esposos no respetan la doctrina católica que prohíbe el uso de anticonceptivos, cuando no hay confianza a la hora de abrirse al don de un nuevo hijo que nace desde el amor conyugal que acoge el amor divino; cuando en la familia se llega a recomendar a los hijos que usen el preservativo o los anticonceptivos en vez de pedirles con una firmeza llena de cariño que cuiden el tesoro de la pureza, sin la cual es imposible ver a Dios.
El enemigo está dentro cuando pisoteamos una y mil veces la fama de nuestros hermanos; cuando criticamos al familiar, al vecino o al compañero de trabajo; cuando no sabemos tender la mano para acoger a quien nos ha ofendido; cuando no somos capaces de pedir perdón por tantas veces en las que herimos al otro con nuestra lengua asesina; cuando no somos capaces de dejar el propio programa personal para visitar a un familiar enfermo o para consolar a quien necesita una palabra de aliento.
El enemigo está dentro cuando hemos olvidado el consejo de Cristo: “Velad y orad, para que no caigáis en tentación”; cuando tenemos más confianza en una revista donde se aconseja un poco de todo que en el Evangelio; cuando no nos agarramos a Dios a la hora de afrontar un momento difícil; cuando no tenemos humildad para reconocer nuestro pecado y no sabemos acudir a la misericordia divina en el Sacramento de la confesión.
El enemigo está dentro cuando nos hemos acomodado al mundo presente y ya no somos capaces de practicar la abnegación cristiana, cuando no vivimos la humildad, sino que buscamos el aplauso de los hombres y el engreimiento de la propia satisfacción egoísta; cuando no controlamos la avaricia y ponemos nuestra confianza en la salud o en las riquezas; cuando no sabemos decir un “no” firme y claro a una propuesta deshonesta por ese maldito respeto humano que destruye tantas conciencias; cuando no estamos dispuestos a perder la vida con tal de seguir unidos al único que nos puede dar la Vida verdadera: Jesucristo.
Nos deben doler mucho los ataques de fuera. Incluso hemos de saber responder, en la medida de las propias posibilidades, a quienes desean borrar el nombre de Cristo en nuestras sociedades. Pero sobre todo hemos de reaccionar ante ese enemigo de dentro, que nos carcome, que nos ahoga, que mata la vida de Dios en nuestras almas.
No podemos dejar que ese enemigo interior nos robe el tesoro más grande, más importante, más profundo que hemos recibido: la acción salvadora de Cristo. Cada momento nos ofrece su perdón, su amistad, su paz, y nos conduce, poco a poco, al encuentro con un Padre que nos ama eternamente.
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net